Trinta Lumes. La belleza del tiempo infinito.


Dicen los habitantes de la Serra do Courel en Lugo, que para tener una fotografía en nuestra imaginación de lo que nos vamos a encontrar allí, nada mejor que los cuadernos que nos dejó el inmortal Uxío Novoneyra. Si sus palabras (sus versos) encerraban la tradición y el alma del Courel, Diana Toucedo ha conseguido captar el corazón en movimiento, con sus latidos y sonidos.

Trinta Lumes se pasea con solvencia desde el documental costumbrista, hasta la ficción mitológica, desde los contrastes del ciclo estacional, hasta la mayor intimidad de la crianza familiar. Porque Diana teje para todos nosotros un entramado visual, de paisajes y rostros, donde no todo necesariamente ocurre de acuerdo a nuestra realidad mundana.

 El mundo en Trinta Lumes no es convencional, las estaciones se alteran por los hilos invisibles de la directora, y el tiempo, como en el buen cine de animación japonés, no es lineal sino circular… más aún, es infinito. Su universo se mantiene unido por los elementos primarios de la naturaleza, por los oficios y tradiciones, y muy especialmente, por la presencia inevitable de la muerte. El único capítulo discordante en este rompecabezas de valles y bosques es la gran fábrica de pizarra. El trabajo que se lleva a cabo en su interior es febril y ruidoso, y el plano general de la cantera parece una gran herida abierta en el costado de la montaña.


Escuchar a la directora, supone también un ejercicio de contrastes. Su conversación puede abarcar el registro de la producción, el montaje más técnico, y derivar en segundos al campo de la antropología, la mitología o la defensa de los tesoros de la naturaleza. Sus imágenes nos llegan en formato panorámico, el cual dice Diana, es el más adecuado para poner en relación las personas, con el paisaje del Courel. Esta amplitud en los planos no resta matices a los rostros que, casi siempre de mujeres, se suceden en el ejercicio de las labores tradicionales, abstraídos por completo de la presencia de la cámara, siempre con esa dignidad innata de la que tanto hablaba Uxío Novoneyra.

Puede que ya conociéramos las maravillas de los bosques del Courel, que aunque esquivas a la cámara por la luz cambiante de las montañas, han sido captadas a la perfección por la directora de foto Lara Vilanova. Quizá sea más inesperado el capital humano del film. Sus dos jóvenes protagonistas Alba y Samuel. Y todos los retratos anónimos de hombres y sobre todo mujeres, actrices no profesionales que se adueñan del plano solo con su quehacer rutinario, sus rostros ajenos al ritmo moderno, como el tiempo en el Courel y sus manos, que hablan como sus ojos, nudosas como robles.

El título de la película hace referencia al los treinta niños que había en la escuela. El dato, lejos de mejorar, ha empeorado y son en la actualidad veinticinco. Trinta Lumes habla de la Serra do Courel, pero también es la mirada de tantos lugares íntimamente ligados a la naturaleza, que ven cómo lentamente va desapareciendo su mundo. O en el mejor de los casos, se transforma en algo imposible de reconocer. Realidades comunes a tantos valles del Norte, desde Galicia hasta los Pirineos, pasando por mi querido Baztán. Para aquellos que sientan la tentación de conocer el Courel, senderistas o fotógrafos... no perdáis la oportunidad. Si en algo no es del todo justa la cinta, es con los días de sol,  frecuentes y calurosos en verano.

Sirva este trabajo de sensibilidad excepcional, para despertar la conciencia de administraciones aletargadas  y políticos incapaces ver a largo plazo. Recordarles que para los habitantes de Courel no, para ellos el tiempo no es infinito.


Publicado por Jon Leceta.